Por Sara Sariol Sosa
He escuchado varias veces a Agustín Alvarez Acosta,
mi vecino, declararse inmensamente rico.
Quien lo oiga en eso, y no lo conozca bien, podría
asociar su manifestación, por ejemplo, al moscovich que se ganó hace muchos
años atrás con su esfuerzo, como trabajador de la empresa de Acueducto y
Alcantarillado. Pero no, no se trata de ese carro que muy pocas veces monta, ni
de nada material por el estilo, pues él y su familia viven con inmensa
sencillez.
La riqueza a la cual hace referencia es a esa manía
suya de querer servirle constantemente a quienes conviven cerca de su hogar
(muchos de la tercera edad) en las compras del mercado, en la búsqueda diaria
del pan y otros menesteres que innegablemente le proporcionan placer.
A veces, apenas acaba de llegar con una jaba de
fongos, y vuelve sobre sus pasos, porque alguien también necesita y no lo vio
cuando se iba para encàrgarselos. Y allá
va el hombre, que tampoco es tan joven pero está fuerte, no solo sin chistar,
sino, además, con una satisfacción asombrosa.
Cuando lo veo ir y venir, y hacer y servir, sin
interés material alguno, pienso en la
necesidad indispensable de afianzar en nuestros hijos los más auténticos
valores sociales, como escudo frente a los tiempos difíciles que vivimos, y en
los cuales algunos, por conveniencia y
sentimientos muy difrentes a los de mi vecino, nada más piensan en la oferta,
en el modo de abultar sus finanzas y en resolver solo sus problemas personales,
sin mirar para al lado.
Aun
cuando he escuchado muchas veces sobre la voluntad estatal de trabajar por
rescatar esas valías espirituales, mucho la escuela y la familia tienen por
hacer en ese sentido, en el camino de potenciar el pensamiento martiano de
fomentar la capacidad del hombre para amar, de despertar el socorro mutuo y
abrir el corazón en gestos sinceros de solidaridad con los demás, como la única
ley que le otorga al hombre autoridad y hace renacer la esperanza.
El
humanismo de José Martí, expresado en su ideario pedagógico, se hace efectivo
en estos momentos cruciales, donde la educación juega una importante función en
la formación del hombre nuevo. Martí enfatiza que el verdadero objeto de la
enseñanza es preparar al hombre para que pueda vivir por sí decorosamente, pero
sin perder la gracia y la generosidad del espíritu
Es
preciso no solo que recordemos, sino inculquemos más a nuestros pequeños, las
enseñanzas que nos legara en toda su
obra epistolar. “Suelo olvidar mi mal
cuando curo el mal de los demás”, decía por ese principio suyo invariable que
fue la solidaridad humana.
Recordemos
más su prédica: Seamos honrados y
buenos, cueste lo que cueste, después, seremos ricos, y clonemos a mi vecino. Nos hacen falta muchos Agustin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario