miércoles, 29 de mayo de 2013

Clonemos a Agustín




Por Sara Sariol Sosa
He escuchado varias veces a Agustín Alvarez Acosta, mi vecino, declararse inmensamente rico.
Quien lo oiga en eso, y no lo conozca bien, podría asociar su manifestación, por ejemplo, al moscovich que se ganó hace muchos años atrás con su esfuerzo, como trabajador de la empresa de Acueducto y Alcantarillado. Pero no, no se trata de ese carro que muy pocas veces monta, ni de nada material por el estilo, pues él y su familia viven con inmensa sencillez.
La riqueza a la cual hace referencia es a esa manía suya de querer servirle constantemente a quienes conviven cerca de su hogar (muchos de la tercera edad) en las compras del mercado, en la búsqueda diaria del pan y otros menesteres que innegablemente le proporcionan placer.
A veces, apenas acaba de llegar con una jaba de fongos, y vuelve sobre sus pasos, porque alguien también necesita y no lo vio cuando se iba para encàrgarselos.  Y allá va el hombre, que tampoco es tan joven pero está fuerte, no solo sin chistar, sino, además, con una satisfacción asombrosa.
Cuando lo veo ir y venir, y hacer y servir, sin interés material alguno,  pienso en la necesidad indispensable de afianzar en nuestros hijos los más auténticos valores sociales, como escudo frente a los tiempos difíciles que vivimos, y en los cuales  algunos, por conveniencia y sentimientos muy difrentes a los de mi vecino, nada más piensan en la oferta, en el modo de abultar sus finanzas y en resolver solo sus problemas personales, sin mirar para al lado.
Aun cuando he escuchado muchas veces sobre la voluntad estatal de trabajar por rescatar esas valías espirituales, mucho la escuela y la familia tienen por hacer en ese sentido, en el camino de potenciar el pensamiento martiano de fomentar la capacidad del hombre para amar, de despertar el socorro mutuo y abrir el corazón en gestos sinceros de solidaridad con los demás, como la única ley que le otorga al hombre autoridad y hace renacer la esperanza.
El humanismo de José Martí, expresado en su ideario pedagógico, se hace efectivo en estos momentos cruciales, donde la educación juega una importante función en la formación del hombre nuevo. Martí enfatiza que el verdadero objeto de la enseñanza es preparar al hombre para que pueda vivir por sí decorosamente, pero sin perder la gracia y la generosidad del espíritu
Es preciso no solo que recordemos, sino inculquemos más a nuestros pequeños, las enseñanzas que nos legara  en toda su obra epistolar. “Suelo olvidar mi mal cuando curo el mal de los demás”, decía por ese principio suyo invariable que fue la solidaridad humana.
Recordemos más su prédica: Seamos honrados y buenos, cueste lo que cueste, después, seremos ricos, y clonemos a mi vecino. Nos hacen falta muchos Agustin.

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