jueves, 18 de julio de 2013

Niquero, el arte en madera




Texto y fotos Sara Sariol Sosa

Entre las localidades que a la provincia de Granma le nacieron al sur, Niquero siempre ha cautivado de manera peculiar.
Cuando los hombres cuentan su existencia, recurren obligadamente a las niguas que le ofrecieron su nombre cuando fue fundado después de 1571, el entonces rústico pueblo, o a las terrazas marinas que el mar le talló en Cabo Cruz, un punto por donde termina en el suroeste el municipio, y también Cuba.
Hablan, asimismo, del legado épico que  privilegió esa zona; de la arena canela por donde llegó el yate Granma con 82 jóvenes expedicionarios para conquistar la definitiva libertad de la Patria, y de Alegría de Pío, donde aquellos recibieron su bautismo de fuego.
Y cuentan, también, de lo natural, del verdor del paisaje que se abraza al mar en una invitación a la que no pueden resistirse visitantes nacionales y foráneos.
…Mas, pocas veces el recuento se detiene en el nacimiento de aquellas casas coloniales de maderas adoloridas por el tiempo, que a pesar de su adultez se sostienen en el corazón de la localidad, orgullosas de haber desafiado tanto los años como las adversidades de la naturaleza misma.
Vencieron, por ejemplo, al ciclón Dennis, a mediados del 2005, cuya furia desmanteló el 95 por ciento del fondo habitacional local.
Cuando pasó la tormenta, dejando  tras de sí un espectáculo tristísimo, un amasijo de techos, paredes y árboles, varias de aquellas casonas de madera se tambalearon, inclinaron sus balcones, pero quedaron en pie.
¿A quién debe atribuírsele la idea de construir allí semejantes obras de arte?. Acaso nació por la influencia de aquellos leñadores de la Sierra Maestra que se unieron a pescadores del Golfo de Guacanayabo para fundar el pueblo, o resultó de la transculturación que se produjo al crear el gobierno militar norteamericano el municipio en 1899.
Pero hoy tal vez no sea tan importante la génesis de esas atractivas viviendas, sino que trascienda la voluntad de preservarlas como un atributo valeroso, que pueda muy bien vincularse al producto turístico de la zona, y persistir en el tiempo para contar, con su arte, la existencia de una localidad que cautiva de manera singular.

San Juan Evangelista: Prístino campo santo




En esa suerte de patrimonio que hacen de Granma el territorio más aportador a la memoria histórica y cultural nacional, están las ruinas del San Juan Evangelista, una cúpula de ladrillos con huellas de incendio, que perdura en la contemporaneidad de Bayamo, para testificar que fue él y no otro, el primer cementerio de Cuba.
Antecedentes
Fue en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando las autoridades civiles y eclesiásticas de Bayamo asumieron la necesidad de romper con la arraigada costumbre popular de reposar la eternidad en templos y conventos.
La práctica, simbiosis de herencia familiar y devoción religiosa, había nacido el siglo anterior, justo con los proyectos de construcción de la Parroquial Mayor y el Convento de Santo Domingo.
Durante más de una centuria antes, la sociedad de la jurisdicción realizaba los enterramientos fuera de esos recintos, por causas diversas. Una, porque la mayoría de los grupos humanos iniciadores de la colonización, al pertenecer a clases medias y bajas, se inclinaban por efectuar los sepelios en espacios abiertos, cementerios anexos a un santuario. Correspondía solo a la elite hispana el hábito de utilizar iglesias y conventos con tales fines.
Además, los terratenientes de mediados del XVI, aunque ya con proyecciones elitistas y conciencia de que su vida y muerte transcurriría dentro de la demarcación, estaban más ocupados en problemas derivados del comercio de contrabando y rescate predominante, que del lugar donde reposarían después de la muerte.
De haber contado con otro panorama económico, se imponían también las condiciones constructivas de la iglesia local, de paja y muy deteriorada por el tiempo, que impedían utilizarla como depósito de cadáveres.
Cuando este último panorama cambió, tanto como la mentalidad de los habitantes de la villa y los templos y conventos se levantaron de ladrillos y tejas, las clases pudientes se empeñaron entonces en agenciarse bóvedas, panteones y nichos dentro de aquellos.
En el siglo XVIII ya se habían edificado 11 instalaciones religiosas en el actual territorio que ocupa hoy el centro histórico de la capital granmense; los fieles se preocupaban más del mejoramiento de esos sitios (porque habían decidido ser enterrados en su interior) que por sus propias casas. De las enclavadas allí mil 184 eran de paja y solo 626 de tejas.
De esa manera la práctica de hacer los enterramientos en los citados lugares cobró fuerza de costumbre.
El cambio
El problema comenzó cuando, después de muchos años, el espacio dentro de los templos y conventos se hizo mínimo y el abarrotamiento de cadáveres provocó una alarmante situación de insalubridad, algo al parecer común para todas las partes de la Isla.
La amenaza que aquello representaba para la salud conllevó a que hasta los representantes del clero, principales beneficiados monetariamente con los entierros en iglesias, comenzaran a pronunciarse por la construcción de cementerios fuera de los poblados.
Tal conveniencia fue apoyada por los gobernantes, según dan cuenta documentos de archivos de la época, uno de estos recoge lo escrito entonces por Don Joseph de Espeleta, Gobernador y Capitán General de la Isla de Cuba y de la Ciudad de San Cristóbal de La Habana.
… la mayor parte de las enfermedades epidémicas que se conocían con distintos nombres arbitrarios no tenían en su concepto otro principio que el de enterrarse en las iglesias los cadáveres y por hallarse los templos reportados en toda la población y combatirla unos ayres corrompidos é impuros, á causa de su temperamento cálido, y húmedo, como porque comprehendiendo mayor número de personas que las que permitía su extensión, y capacidad, en ciertas estaciones del año eran tantos los que se enterraban, que en algunas iglesias apenas podía pisarse sin tocar sepulturas blandas, y hediondas; baxo de cuyo concepto, para prevenir un daño tan considerable, propuso como medio urgentísimo, y conveniente á la salud pública el establecimiento de un cementerio fuera de poblado en donde se enterrasen todos, sin excepción de personas …
La disposición fue implementada con celeridad por las elites bayamesas, aun cuando la monarquía española no dio apoyo económico a los gobernantes locales para obrar al respecto.
San Juan, el primero.
Importantes búsquedas bibliográficas, en las cuales se ha apoyado este trabajo periodístico, aportan elementos que llevan a asegurar que el de San Juan Evangelista, fue el primer cementerio cubano.
Ludín B. Fonseca García, en su texto “Bayamo en la modernidad. Cementerios y enterramientos”, plantea que aquí se tomó en cuenta la sugerencia del gobernador político y militar de Santiago de Cuba sobre lo oportuno de hacer los cementerios en terrenos aledaños a iglesias, para solo incurrir en los gastos del campo santo. La iglesia San Juan, en esos momentos en ruina, estaba fuera del poblado, por lo que se ajustaba a varios requerimientos.
“Para la construcción del cementerio –apunta Ludín- no solo influyeron las condiciones materiales que existieron en la villa, sino también, las actitudes mentales de sus pobladores que serían, finalmente, los que aportarían recursos económicos y enterrarían a sus familiares fallecidos en este nuevo lugar, que significaba una ruptura respecto a prácticas culturales ejecutadas durante dos siglos. Solo la existencia de un pensamiento modernizador entre sus pobladores permitió que Bayamo inaugurara su cementerio el 5 de enero de 1798 por medio de una ceremonia religiosa oficial y que se convirtiera, así, en la primera población que materializaba la real orden”.
Por su parte José Carbonell Alard, en “Estampas de Bayamo” señaló:” Tocó al vicario, doctor José Antonio Dimas Cuevas y Oduardo, ser el primero en cumplir aquella Real Orden al notificar el 8 de febrero de 1798 que en la villa se habían concluido las obras del cementerio auxiliar… Anteriormente había quedado inaugurada el 5 de enero del propio año y bendecido como dispone el ritual romano.
“Por su orden el de la villa San Salvador de Bayamo fue el primero. El segundo, el de La Habana (2 de febrero de 1806) por iniciativa del obispo, doctor Juan José Díaz de Espada y Landa. El tercero, construido por el arzobispo, doctor Mariano Rodríguez de Olmedo y Valle en Santiago de Cuba, en febrero de 1828.”
Perpetuidad
La alta tasa de mortalidad que se produjo con la contienda libertadora del 68 hizo que el cementerio se ocupara totalmente. A este fueron a parar los restos, además de los moradores, de soldados españoles y patriotas capturados y luego fusilados.
En 1871 estaba abierto, abandonado después de dos años de lucha, causas que igual llevaron a la propuesta de dotar a la villa de otro campo santo.
Varios proyectos nacieron con ese propósito pero ninguno se concretó por falta de recursos primero y luego por falta de un terreno. Solo en 1918 quedó inaugurada la nueva Necrópolis.
El 24 de agosto de 1923, de acuerdo con la propuesta del concejal Juan J. Oduardo, se acordó construir un parque público en la Plaza de San Juan, frente al antiguo cementerio, con su arboleda y asientos de corte moderno y que llevara el nombre de Francisco Vicente Aguilera.
Y así se hizo en la década del 40, tiempo en cual se ampliaron las calles José Martí y Capotico.
En el parque, que restaurado años más tarde recibió el nombre de Retablo de los Héroes, sigue en pie el pórtico de aquel primer campo santo cubano, ayer cómplice y sobreviviente del incendio revolucionario del 12 de enero de 1869 y abrigo de quién sabe cuántos patriotas; hoy silencioso testigo de la cultura bayamesa de la época de la colonia, símbolo de perpetuidad.